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Teresa Portela, madre, fisioterapeuta, brillante universitaria y ahora subcampeona olímpica

Son pocos los elegidos para la gloria. Muchos menos los que, una vez rascada esa primera capa de felicidad contagiosa ante el éxito de cualquier deportista patrio, logran despertar entre la inmensa mayoría de sus paisanos la alegría profunda por ver triunfar a quien que se ha ganado un trocito de sus corazones. Y este sentimiento, el más valioso de cuantos pueda despertar un deportista, es el que sin duda alguna ha debido sentir toda Galicia al ver subida al fin al podio olímpico a Teresa Portela. Una mujer esforzada, de sonrisa perenne, que acaba de recibir la recompensa a 20 años de abnegada dedicación profesional. Dando cada día todo lo mejor de sí sin hacer más ruido que el producido por el resultado de su obra —17 preseas en campeonatos de Europa, 15 en Mundiales, cinco diplomas olímpicos—, como dicen quienes los conocen que llevan siglos haciendo los gallegos. Esta plata eleva su trayectoria todavía más.

El primer podio olímpico de Portela es su particular medalla al mérito del trabajo, justo en el momento de romper todos los moldes tras llegar a donde ninguna otra deportista española había llegado: participar en seis ediciones de los Juegos. Un largo camino desde aquella niña de 9 años que se divertía por primera vez en un kayak de ese Aldán que lleva siempre consigo, a su exhibición en Tokio con 39, destrozando esa ley de la física humana que dice que la presencia en los grandes medalleros de un velocista en piragua es inversamente proporcional a su edad. Y por el camino, ejercicios de equilibrio para sacar tres títulos universitarios —Magisterio, Fisioterapia y Dietética y Nutrición— y una segunda ocupación, esta 24 horas, la crianza en O Grove junto a su marido y ex olímpico David Mascato de Naira (7 años).

 

En el piragüismo es fácil engañarse a la hora de hacer cábalas a partir de los resultados de los chavales en competición, por la diferencia del desarrollo de cada cuerpo. En el caso de Portela no fue así. «Tenía una técnica tan lenta para aprovechar tanto la palada que sus compañeras no eran capaces de seguirla», cuenta su primera entrenadora en el Club del Mar Ría de AldánAraceli Menduíña. La inteligencia psicomotriz de un purasangre en potencia. No tardó en demostrarlo.

Nada más acabar su último examen de la Selectividad —hoy ABAU—, Teri viajó con sus compañeros del Centro Galego de Tecnificación Deportiva de Pontevedra a Villalcampo, Zamora, demostrando ser en ese momento no ya la mejor kayakista juvenil de España, sino de todas las edades. Solo unos días después recibió la inesperada noticia: Iría a Sídney 2000 a sus primeros Juegos. Con 18 años lo vivió como un regalo. «Fui como una turista, a disfrutar. Ya que estaba allí, competía, pero iba de visita, de paseo… Ahí hice todo lo que ya no hice a partir de Atenas 2004», relató en su momento la canguesa. Fue el viaje iniciático que marcó su paso de joven promesa a profesional entregada en cuerpo y alma a ese trabajo que se hace parte de uno, desempeñado a partes iguales con alegría vocacional y disciplina espartana.

Con todo el camino por hacer, Teri empezó a andar el suyo en compañía, mientras alternaba sus primeras grandes demostraciones de poderío, como su atesorado primer título mundial, en K1 200 en el 2001 en Sevilla. Bajo la batuta de los responsables de turno del equipo nacional, probó a buscar la gloria olímpica en el K2 y K4 500 en Atenas 2004 y el K4 500 en Pekín 2008Tres quintos puestos y otros tantos diplomas fueron el bagaje olímpico de su etapa sevillana.

La incorporación del K1 200, el barco que le permitía sentirse plena en el agua, al programa de los Juegos devolvió con 27 años a Portela a Galicia y al CGTD.

Nunca como antes se había sentido lista para la gloria Portela. Nunca como hasta ese momento había tenido tantas dudas sobre si volvería a ser capaz de verse ante otra oportunidad así.

 Sin dejar nunca su preparación deportiva, Teri encontró fuera del agua otros senderos en los que llenó sus alforjas para seguir haciendo con paso firme su camino olímpico. La experiencia de sus prácticas de final de grado de Fisioterapia en el centro Amencer con niños con parálisis cerebral a finales del 2012. Y la familia y uno más que Naira trajo en la primavera del 2014 a su relación con David Mascato.

Solo diecisiete meses después de su parto, Teri cogía en brazos a Naira en Milán para compartir con ella su alegría. Bronce en el K1 200 del Mundial del 2015 y pasaporte a los Juegos de Río. En Brasil, arropada por sus padres y ese pequeño grupo de allegados que ya la habían seguido a sus citas con Pekín y Londres, fue sexta.

 En noviembre de ese mismo año, 2016, Portela contaba en su regreso a los entrenamientos que volvía al trabajo «con la misma ilusión que cuando empecé con 9 años». Naira se había convertido en su prioridad. Pero, lejos de suponer un problema, con la ayuda de su marido, su hija la fortaleció más. Enrolada en ese K4 con el que, dice la de Aldán, compite en el K1 200 impulsada con la ayuda de Mascato, Naira y su entrenador. Junto al conjunto de su familia, los versos del poema que le han demostrado que lo importante no es el destino, sino el camino que se hace al andar. Colgándose en un nuevo paso otro bronce mundial en el 2019. Convirtiéndose en la deportista española con más Juegos. Confiada en que llegará a París 2024 con otra buena razón para que sus paisanos vuelvan a compartir su alegría como suya.

Fuente: La voz de Galicia

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